Hola gentes. Me quedé a dormir de los tíos, sí otra vez. Sí, al piso otra vez. Se creen que porque son chiquito no puedo dormir solo en la cama. Y como no hablo mucho todavía, aunque me hago entender bastante, me la banco y me voy al colchón al piso. Además, esta vez volví dormido, por lo que no tuve muchas chances de explicar nada. Y la Ale sigue con la persecuta de que no me duermo rápido. En eso ayudan mis viejos y mis abus de papá, que le dicen que estoy bravo, que tuve una semana brava, y esas cosas de los adultos con los que uno viven. Yo no sé, pero los adultos tienen una evidente tendencia a exagerar. Ale, ya van dos veces seguidas que me duermo de una, no me hago pis, les avisé de la caca, tomé toda la leche, jugamos tranqui, o ¿no? Entonces, mi consejo es que hagas caso omiso a los que exageran y te formes una nueva opinión, tuya, propia, más cercana a la realidad.
Bueno, esta vuelta no fue por necesidad de mis viejos de mandarme con los tíos. Fueron ellos los que llamaron. ¡Qué alegría cuando escuché que era la tía Ale y que me querían llevar a un cumpleaños!
La cosa fue así, el viernes 17 de agosto cumplió dos añitos Agustina, la hija de Leo, un amigo de Gabi. Sí ya lo sé, la internet es algo diario y que recién ahora posteamos este comentario, pero recuerden que más vale tarde que nunca, así que aprovechen a hacer lo que nunca se animarían a hacer. no sea que se les haga tarde. Sigo con el relato, entonces Ale y Gabi me llamaron, en verdad llamó la Ale, porque el tío está siempre ocupado, con su trabajo y su conputora. Al tipo por correo electrónico quizás lo enganchas, pero seguro te responde si le jás un comentario en algunos de sus blogs. Es lo que es, será. Lo que sí es que a mis viejos les cayó como anillo al dedo (un anillo que entra fácil claro está) porque tenían que hacer cada uno algo para sí.
Yo estaba medio dormido, pero ni bien escuché el prum prum de Gabi, salí disparado (como tiro) para irme de paseo. La tía Ale y el tío Gabi me cuidan bien. Siempre están medio como atrás mío. La Ale se obsesiona con que coma, así que siempre donde está ella hay comida sanita. Por caso al cumple llevó el agüita de filtro, porque yo mucha coca no tomo. De todos modos me dejó probar un pancho. Me imagino sus tripas retorciéndose cuando vio a la cumplañera disfrazada de vendodora de panchos y todos los chicos (y adultos) contentos con la situación. Sé que ella se pregunta porqué eso no lo harán con una ensalada de repollo, coliflor, zanahoria y tomate (sólo por poner un ejemplo) y que de pequeños comamos mejor (y más barato). Pero ella también entiende que yo tengo derecho a conocer y me dejó comer el panchito, con agua sí, para la coca no está tan segura que mi mamá me deje libre a mis derechos.
El cumpleaños de diez, porque no me obligaron a seguir a todos y se fueron turnando (o acompañando) para que yo pueda ir al pelotero, a jugar con los autos a control remoto y a patear la pelota. Mucho patear no me gusta, pero al tío Gabi sí, por lo que le di unos minutos. Yo quería apretar el botón que hacía que el prum prum corriera rápido por la pista. En eso estaba copado yo, hasta que cortaron todo por el evento de la torta. Y yo qué podía hacer, llorisqueé un poco para quejarme (yo quería el auto) pero con la cancioneta del cumpleaños comenzaron a tirar burbujas de agua y detergente. Todos los chicos reventando las burbujas. Estaba bueno, pero como yo era uno de los más petisitos muchas no podía agarrar. Pero había tantas que me divertí con eso. La torta muy rica también y me la comí toda (sí mi porción).
El cumple terminó como a las ocho y pico de la noche. Y ya me imaginaba una noche larga para dormirme. Pero nos fuimos a llevarlos a los papas de Lolo que andaban sin auto. Lolo (no es el de la guitarra, aunque tiene una rebuena) es el hijo (uno de los hijos) de otro amigo de Gabi. De Alejandro. Se conocen desde hace como treinta años.
Subimos al dpto. ¡Por el ascensor! Iupi, me gusta el ascensor como en la casa de las tías Cinti y Ana. Ahí estaban los grandes con Mateo (el hermanito de Lolo) meta charla. Lolo también, meta charla. Todavía no tiene dos años cumplidos pero habla más que las vecinas en la carnicería. No es una cotorra, es una radio de veinticuatro horas de programación, más la noche también.
Luego de un poco de vergüenza compartimos unos juguetes. No saben, Lolo tiene muchos autos, una moto que anda sola, cientos de rastris, y claro, una guitarra. La guitarra está re buena, porque tocás un botoncito y te larga la melodía. Algo así con música incorporada. No es como la de cuerdas que está en mi casa y que Gabi siempre que viene la hace sonar de la misma manera: mal. Con la guitarra hubo una pequeña rencilla, lo mismo que con unos libros de cuentos. Yo creía que podían ser míos. Aún no entiendo bien la onda de la propiedad privada. Hasta me pregunto cómo eso puede funcionar. Es más, pregunto: ¿cómo funciona eso?
Interrogantes mediante, la pasé muy bien y de vuelta a la casa de Ale y Gabi, se las hice fácilito: me dormí en el auto. Sabían que me iban a mandar al piso, pero está bien, lo hacen para que esté cerca de ellos. De hecho, como las cuatro de la matina les largué un llanto, como para ver qué hacían. Al toque lo tenía a Gabi haciéndome shshsh despacito, de modo que me dormí una rato largo más. Hasta las diez la mañana. Cuando me lenvanté, jugamos un rato en la cama grande, y con Gabi nos fuimos a lo de Cinti y Ana. Es que la Ale tenía paciente y pacientemente esperó hasta que no llegó. Luego se vino tmabién de las tías, y ahí comomimos todos los ravioles. ¡Ah!, eso sí, antes el desayuno. En la casa de Ale siempre se come bien, y se prepara el desayuno. Ella dice que es la comida más importante. Yo creo que la más importante es la que comés en el momento que estás comiendo. Me tomé la leche con las tostadas de pan casero con miel. Ahí estamos los tres, con la pancita llena y el corazón contento.
Bueno, esta vuelta no fue por necesidad de mis viejos de mandarme con los tíos. Fueron ellos los que llamaron. ¡Qué alegría cuando escuché que era la tía Ale y que me querían llevar a un cumpleaños!
La cosa fue así, el viernes 17 de agosto cumplió dos añitos Agustina, la hija de Leo, un amigo de Gabi. Sí ya lo sé, la internet es algo diario y que recién ahora posteamos este comentario, pero recuerden que más vale tarde que nunca, así que aprovechen a hacer lo que nunca se animarían a hacer. no sea que se les haga tarde. Sigo con el relato, entonces Ale y Gabi me llamaron, en verdad llamó la Ale, porque el tío está siempre ocupado, con su trabajo y su conputora. Al tipo por correo electrónico quizás lo enganchas, pero seguro te responde si le jás un comentario en algunos de sus blogs. Es lo que es, será. Lo que sí es que a mis viejos les cayó como anillo al dedo (un anillo que entra fácil claro está) porque tenían que hacer cada uno algo para sí.
Yo estaba medio dormido, pero ni bien escuché el prum prum de Gabi, salí disparado (como tiro) para irme de paseo. La tía Ale y el tío Gabi me cuidan bien. Siempre están medio como atrás mío. La Ale se obsesiona con que coma, así que siempre donde está ella hay comida sanita. Por caso al cumple llevó el agüita de filtro, porque yo mucha coca no tomo. De todos modos me dejó probar un pancho. Me imagino sus tripas retorciéndose cuando vio a la cumplañera disfrazada de vendodora de panchos y todos los chicos (y adultos) contentos con la situación. Sé que ella se pregunta porqué eso no lo harán con una ensalada de repollo, coliflor, zanahoria y tomate (sólo por poner un ejemplo) y que de pequeños comamos mejor (y más barato). Pero ella también entiende que yo tengo derecho a conocer y me dejó comer el panchito, con agua sí, para la coca no está tan segura que mi mamá me deje libre a mis derechos.
El cumpleaños de diez, porque no me obligaron a seguir a todos y se fueron turnando (o acompañando) para que yo pueda ir al pelotero, a jugar con los autos a control remoto y a patear la pelota. Mucho patear no me gusta, pero al tío Gabi sí, por lo que le di unos minutos. Yo quería apretar el botón que hacía que el prum prum corriera rápido por la pista. En eso estaba copado yo, hasta que cortaron todo por el evento de la torta. Y yo qué podía hacer, llorisqueé un poco para quejarme (yo quería el auto) pero con la cancioneta del cumpleaños comenzaron a tirar burbujas de agua y detergente. Todos los chicos reventando las burbujas. Estaba bueno, pero como yo era uno de los más petisitos muchas no podía agarrar. Pero había tantas que me divertí con eso. La torta muy rica también y me la comí toda (sí mi porción).
El cumple terminó como a las ocho y pico de la noche. Y ya me imaginaba una noche larga para dormirme. Pero nos fuimos a llevarlos a los papas de Lolo que andaban sin auto. Lolo (no es el de la guitarra, aunque tiene una rebuena) es el hijo (uno de los hijos) de otro amigo de Gabi. De Alejandro. Se conocen desde hace como treinta años.
Subimos al dpto. ¡Por el ascensor! Iupi, me gusta el ascensor como en la casa de las tías Cinti y Ana. Ahí estaban los grandes con Mateo (el hermanito de Lolo) meta charla. Lolo también, meta charla. Todavía no tiene dos años cumplidos pero habla más que las vecinas en la carnicería. No es una cotorra, es una radio de veinticuatro horas de programación, más la noche también.
Luego de un poco de vergüenza compartimos unos juguetes. No saben, Lolo tiene muchos autos, una moto que anda sola, cientos de rastris, y claro, una guitarra. La guitarra está re buena, porque tocás un botoncito y te larga la melodía. Algo así con música incorporada. No es como la de cuerdas que está en mi casa y que Gabi siempre que viene la hace sonar de la misma manera: mal. Con la guitarra hubo una pequeña rencilla, lo mismo que con unos libros de cuentos. Yo creía que podían ser míos. Aún no entiendo bien la onda de la propiedad privada. Hasta me pregunto cómo eso puede funcionar. Es más, pregunto: ¿cómo funciona eso?
Interrogantes mediante, la pasé muy bien y de vuelta a la casa de Ale y Gabi, se las hice fácilito: me dormí en el auto. Sabían que me iban a mandar al piso, pero está bien, lo hacen para que esté cerca de ellos. De hecho, como las cuatro de la matina les largué un llanto, como para ver qué hacían. Al toque lo tenía a Gabi haciéndome shshsh despacito, de modo que me dormí una rato largo más. Hasta las diez la mañana. Cuando me lenvanté, jugamos un rato en la cama grande, y con Gabi nos fuimos a lo de Cinti y Ana. Es que la Ale tenía paciente y pacientemente esperó hasta que no llegó. Luego se vino tmabién de las tías, y ahí comomimos todos los ravioles. ¡Ah!, eso sí, antes el desayuno. En la casa de Ale siempre se come bien, y se prepara el desayuno. Ella dice que es la comida más importante. Yo creo que la más importante es la que comés en el momento que estás comiendo. Me tomé la leche con las tostadas de pan casero con miel. Ahí estamos los tres, con la pancita llena y el corazón contento.
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